Tema 12. Corsarios protestantes en Canarias II

Siglos XVI y XVII

En el artículo anterior hablamos brevemente de la actividad corsaria protestante en las islas Canarias entre los siglos XVI y XVII, aportando una relación de nombres, acontecimientos y fechas como ejemplo de la misma. No entramos en detalles sobre las intenciones de esos ataques, que seguramente para algunos no fueron más que de tipo político y económico, pero, a las que en mi opinión, faltaría añadir otras que tenían que ver con el enfrentamiento religioso del momento en Europa y que es necesario rescatar en las fuentes.

Para conseguir nuestro propósito sale en nuestro auxilio Agustín Millares Torres, un historiador, novelista y músico canario que escribió sobre este asunto en Las Palmas de Gran Canaria en 1874.[1] Obviamente lo que él nos aporta sobre este tema combina el dato histórico con la opinión personal, que aunque subjetiva para algunos, a mí me parece muy acertada e interesante, hasta el punto de exponerla aquí. Hablando de los ataques e invasiones que las Canarias sufrieron a partir del s. XVI, A. Millares indica las causas que según él motivaron que los corsarios protestantes apareciesen por las islas:

1) Causas de enemistad política entre España y las naciones protestantes: «España estuvo en guerra en ese siglo con todas las naciones europeas. La ambición de Carlos primero; su tenaz empeño de establecer un imperio universal; y la tortuosa y criminal conducta de su sucesor, en casi todas las relaciones exteriores, que sostuvo durante su largo reinado, dió lugar á un estado crónico de alarma, que se manifestaba continuamente por medio de ataque á sus colonias, que consumian los tesoros de la España, y la sangre de sus mejores hijos.»

2) Motivos estratégico-económicos relacionados con la navegación atlántica, los conflictos armados y la búsqueda de recursos que servían al mismo tiempo para incrementar las finanzas propias y disminuir las del adversario político y religioso: «No por la importancia del archipiélago, ni por las riquezas de su suelo, eran objeto las Islas de las visitas de nuestros adver­sarios, sino que, siendo por la altura en que están situadas, el punto de recalada de to­dos los buques, que cruzaban el Atlántico, constituian por decirlo así, un lugar seguro ­para apresar los ricos galeones de América, y las naves, que por los empleados y parti­culares se espedian desde ambas Indias. Cuando los espedicionarios no encontra­ban estas codiciadas presas, recordaban en­tonces los motivos de odio, que existian en­tre ellos y el Gobierno Español, y tanto pa­ra saciar su sed de venganza, cuanto para proporcionarse víveres y aguada, caian sobre las mal defendida poblaciones, y las saqueaban á su antojo con rabioso encono.»

3) Intenciones de búsqueda de desagravio mediante represalias contra la Inquisición y las instituciones católicas en general por los innumerables atropellos cometidos contra los protestantes: «La Ciudad de Las Palmas, capital entonces del archipiélago, y asiento del aborrecido Santo Oficio, era entre tanto el blan­co de los deseos de todos los corsarios y pi­ratas, que cruzaban estos mares; pero la es­casez de fuerzas con que en general conta­ban, no les permitia realizar tan atrevido deseo, aun cuando mucho lo ambicionasen. Fué necesario que el famoso almirante inglés, Francis Drake, en una de sus memo­rables escursiones por el Océano, acordándose de los desmanes de la inquisicion, se decidiese á acercarse á la Gran-Canaria, con ánimo de castigar á su capital y sus odio­sos Tribunales, para que aquel deseo pu­diera al fin encontrar satisfacción.» /…/ «Cinco años despues, en Junio de 1599, una escuadra holandesa al mando del almi­rante Pedro Wander Woez apareció sobre la misma rada, con 63 buques de guerra, y ocho ó diez mil hombres de tropa, enviados expresamente por los Estados, con la intencion manifiesta de vengar los agravios de la cruda guerra, que en los Paises Bajos les habia hecho el Duque de Alba.» [2]

En relación con los argumentos de A. Millares, hemos de decir que desde el inicio mismo de la Reforma se produjo una actitud de rechazo y hostilidad por parte de todos los poderes políticos y religiosos católicos contra el protestantismo. Esta actitud se manifestó no sólo en Europa, mediante persecuciones, matanzas y guerras, sino que se exportó a las colonias ultramarinas a través del Santo Oficio. En Canarias la intolerancia religiosa se había saldado entre 1525 y 1585 con el procesamiento de 22 protestantes, poca cosa si lo comparamos con la gran actividad de la Inquisición en las islas al final del siglo XVI debido al incremento de las hostilidades con Inglaterra y con los Países Bajos. Las relaciones comerciales abiertas entre estos países y las islas habían quedado rotas en este período pero no se interrumpieron al mantenerse de forma disfrazada o clandestina. Los barcos ingleses y holandeses venían a Canarias haciéndose pasar por barcos de otras nacionalidades no enemigas de España. Como ejemplo diremos que en enero de 1593 la Inquisición procedió en Las Palmas contra el navío San Pedro, que decía venir de la ciudad alemana de Emden, pero que en realidad procedía de Holanda, y cuya tripulación estaba formada íntegramente por calvinistas. Unos meses más tarde se procedería de igual manera contra otros tres barcos de tripulación protestante, La Posta, La Margarita y El pájaro que sube, llegados al puerto de Garachico. El incremento de la vigilancia inquisitorial produjo fruto; tan sólo entre los años 1585 a 1599 fueron procesados y acusados de protestantismo 89 marinos y 5 comerciantes, la mayoría de ellos de nacionalidad inglesa y holandesa; uno de ellos fue quemado vivo al principio de este periodo.

Es en ese contexto, de gran actividad inquisitorial contra los protestantes ingleses y holandeses, que se producen los ataques a Las Palmas de Gran Canaria de los dos almirantes protestantes mencionados, el inglés Frances Drake en 1595 y el holandés Pieter Van der Does en 1599. El primero «acordándose de los desmanes de la inquisición» se dispuso a venir a Las Palmas, sede del Santo Oficio canario, para «castigar á su capital y sus odio­sos Tribunales», pero, siendo repelido por la resistencia de los canarios, que le hundieron dos naves y no le permitieron desembarcar en la playa de Santa Catalina, tuvo que ceder en su empeño y emprender camino a las Indias. El segundo tuvo más fortuna en su pretensión de «vengar los agravios de la cruda guerra, que en los Paises Bajos les habia hecho el Duque de Alba». [3]

Una vez que Van der Does se adueñó de la ciudad de Las Palmas, envió dos prisioneros a los resistentes con la siguiente propuesta: se marcharían de la isla a cambio de 400.000 ducados y la entrega de todos los presos que estaban detenidos por la Inquisi­ción. «Pero los canarios llenos de patriotismo, y confiando en sus posibilidades, resolvieron no admitir proposición alguna.» Antes de abandonar la isla los holandeses embarcaron algunas piezas de artillería, las campanas de la Catedral, cien­to cincuenta pipas de vino, veinte cajas de azúcar, y los archivos de la parroquia, del Municipio y de las notarías públicas. «Ade­más, incendiaron el retablo, altares, imágenes y coro de la Catedral, y profana­do el templo y sus púlpitos, predicando desde éstos la religion reformada. Al dejar definitivamente la Ciudad, pu­sieron fuego tambien al palacio del Obispo, casas de la Inquisicion, principales edificios, conventos de Santo Domingo, San Francisco y San Bernardo, é iglesias particulares. Los isleños acudieron á tiempo, y salva­ron algunos de estos edificios de una des­truccion completa; pero las pérdidas fueron incalculables, y el recuerdo de los holandeses dejó hondas huellas en Las Palmas.»[4]

[1] Agustín Millares Torres, Historia de la Inquisición en las Islas Canarias, Ed. Benchomo, Tenerife, 1981.

[2] Íbidem, pp 156-159.

[3] Íbidem, pp 156,159.

[4] Íbidem, pp 160-161.

José Luis Fortes Gutiérrez

Teólogo e historiador

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