En cierta ocasión Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»1 Desde entonces los hombres no han dejado de opinar acerca de quién era Jesús. Se podría afirmar que pocas personas han despertado tantas controversias como Jesús de Nazaret. Se ha dicho de todo respecto a él, desde negar su historicidad, hasta atribuirle todo tipo de naturalezas, ideologías, militancias e intereses.
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